sábado, 23 de agosto de 2014

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Se nos va Zetajeta.

Acompañándolo en su larga emigración hacia la dolce vita de superjubilado, marchan hermanados los capillitas de la Moncloa. Les sigue el coro de obispillos de la Zeja, las subvenciones bellacas, los incontables estómagos agradecidos. Transitan ligeros, en su éxodo por el desierto del olvido. Los pesebreros, el laicismo revanchista y analfabeto, la parcialidad ágrafa de la memoria histórica, la endogamia política y sanguínea, en ciertas autonomías, era casi incestuosa (políticamente hablando). Se derrumbaron los reinos de Taifas de las Baronías, con notable estrépito (si un tiempo fuertes, ya desmoronados), que diría Quevedo. Astutamente se ocultan los abrazafarolas y todas las conjunciones mundiales planetarias han desaparecido de una falsa galaxia de los mundos de Yupie. Los incensarios se han apagado. Caminado despacio (siempre a la verita suya), los monaguillos del culto a la personalidad y todos los paniaguados que se acercaban al sol mas calentito. Lo que diferencia a Zetaolvido del españolito de a pie, es su situación geométrica: Horizontal, la del expresidente; contando nubes desde su hamaca; en chalet de lujo. De soslayo y en escorzo, mirando con mala leche, la del cabeza de familia que ha regresado al piso de sus padres y solo puede contar los leuros que le quedan para terminar el mes. Gracias a la gestión del mentado individuo. Chapeau. Orejas y vuelta al ruedo. Imposible estadísticamente hacerlo peor. 

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