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Se nos va Zetajeta.
Acompañándolo en su larga emigración
hacia la dolce vita de superjubilado, marchan hermanados los capillitas de la Moncloa. Les sigue el coro de
obispillos de la Zeja , las
subvenciones bellacas, los incontables estómagos agradecidos. Transitan
ligeros, en su éxodo por el desierto del olvido. Los pesebreros, el laicismo
revanchista y analfabeto, la parcialidad ágrafa de la memoria histórica, la
endogamia política y sanguínea, en ciertas autonomías, era casi incestuosa
(políticamente hablando). Se derrumbaron los reinos de Taifas de las Baronías,
con notable estrépito (si un tiempo fuertes, ya desmoronados), que diría
Quevedo. Astutamente se ocultan los abrazafarolas y todas las conjunciones
mundiales planetarias han desaparecido de una falsa galaxia de los mundos de
Yupie. Los incensarios se han apagado. Caminado despacio (siempre a la verita
suya), los monaguillos del culto a la personalidad y todos los paniaguados que
se acercaban al sol mas calentito. Lo que diferencia a Zetaolvido del españolito de a pie, es su situación geométrica: Horizontal,
la del expresidente; contando nubes desde su hamaca; en chalet de lujo. De
soslayo y en escorzo, mirando con mala leche, la del cabeza de familia que ha regresado
al piso de sus padres y solo puede contar los leuros que le quedan para terminar el mes. Gracias a la gestión del
mentado individuo. Chapeau. Orejas y vuelta al ruedo. Imposible estadísticamente
hacerlo peor.
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